PROYECTO ESPECIAL
"TOPOGRAFÍAS"
DIÁLOGO ENTRE POESÍA Y PINTURA



PINTURAS EN DIÁLOGO CON LA POESÍA



Este texto está hecho a tres voces. La de Teresa Rubio, su obra, la de Elsa Cross, sus poemas y la de quien escribe estas líneas, tratando de acompasarse a la experiencia.

“Soy la más pequeña partícula / dictando la lectura de su propia forma, / escribiéndose ya, / por sí misma, / bajo el auspicio silencioso de este juego”, podría haber dicho Elsa Cross sobre los cuadros pintados por Teresa. Y sí, la forma, el signo, escribe el poema y este se deja deletrear --o es deletreado-- por aquello que habita en el interior del lienzo: una pintura informalista, es decir, no icónica, o bien las áreas de color reemplazando a lo iconográfico. Teresa, a su vez, mientras miramos una tela colgada en la escalera de su casa, coincide conmigo en la evocación de Turner que se expandirá a otras superficies y dice que “son tránsitos que yo hago en el espacio, a veces quiero perderme en ellos”.

Y Elsa imagina “paisajes a punto de desaparecer”, como los de Teresa, en camino hacia su condición de nada y su reverso, la existencia lumínica de las insinuadas, apenas insinuadas formas. De ahí la incertidumbre. No hay certezas a pesar de los núcleos rojos y amarillos que encienden la tela y están al borde de incendiarla, cosa que acentúa, según como se vea, la fisura, la puesta en términos de disolución. Pero no todo es así porque la tela, el cuadro, legitima su condición pictórica, su estar ahí, en el mundo, en diálogo con el ser y la nada, con el universo. Y evoca, desde “la otra orilla, / junto al agua que corre”, “sobre el mismo polvo y su color rojizo”, “su condición de olvido” (Elsa).

Párrafos atrás mencioné al informalismo como la tendencia en la que se ubica Teresa. ¿Qué es el informalismo? Es la expulsión de formas y figuras para dejar que el espacio hable por sí mismo, con toda la densidad del habla y todo su esplendor, o su oquedad. ¿En cuál de esos dos lugares se sitúa la protagonista de estas notas? Suavemente, levemente pero no tan levemente, en el sitio del esplendor y, por qué no decirlo, de la belleza. Pero también sabe desandar, sin que nada obligue al repliegue, como una isla en el horizonte, los rieles de la tristeza. Como ocurre con las estaciones de ferrocarriles de pueblo, con el tren que pasa a gran velocidad y se vuelve invisible.

Nunca la carcajada, no, ningún motivo resuena mal, no hay signos ni señales adversas, todo deambula por la frase clara, serena, sin mácula, como si ésta fuera el indicio inicial de la escritura y de la pintura, el punto de partida y también el origen de algo que va más allá, allí donde los diversos puntos, tangibles e inasibles, próximos o distantes que conforman las vibraciones del universo, expanden su silencioso carácter sagrado.

Ahora bien, la zona que perfilan el rojo y el amarillo, la que evoca a Turner, sí condensa una tendencia contrastante cuyo sentido está en una orilla distinta, como un soplo que descubre la grieta y simultáneamente da sentido a la obra. Y ese centro (aunque a veces no ocupa el centro del lienzo), es el punto más luminoso donde se concentra la legitimación del secreto consustancial a toda creación artística, que puede ser una escena realista escondida en la otra capa, la de abajo del cuadro. Pero puede ser, simplemente y no tan simplemente, claro que no, la tela desnuda, el vacío, un espacio temible, sombrío y vulnerable. No siempre, ¿eh? Porque la superficie blanca representa, asimismo, un campo a explorar hasta el infinito y una ceremonia, digamos un ritual, cuyo tránsito sólo abre espacios hacia una región colmada, inundada por la luz. Esa es la identidad de las pinturas realizadas por Teresa Rubio.

Para concluir, es necesario reflexionar sobre otro asunto señalado en este texto: el lugar. ¿Es posible nombrar un lugar dentro de una obra de arte? Sí, pero teniendo en cuenta que ese lugar es, metafóricamente hablando, intangible, tan intangible como su permanencia en el espacio donde habita la vida.

LELIA DRIBEN